viernes, 22 de enero de 2010

Gallinas ciegas

Liz Durand


I
En dónde la canción que nos meciera, madre,
dónde tu pecho hinchado de calostro,
tu amor, tu abrazo ¿dónde?
En la orfandad brilló con trueno
la voz del que despoja.
No pudimos tocarte,
fuiste una estrella al sur siempre perdido
ni pudimos marchar bajo tu sombra
a enfrentar la vida que nos diste.

De la mano de Dios anduvimos el mundo,
y los caminos fueron muros o cadalsos.
Aquella luz al final de los túneles
era tu nombre cruzado de ironía
siempre cubierto con tu desAmparo.
Tú no tuviste la culpa por el fuego
que fatuo sólo nos dejó tinieblas.

Nunca devota, madre, fue tu tierra
que esparció sus semillas en el aire.
¿Por qué la angustia inútil en el sueño
si jamás me pronuncias ni me buscas,
ni revistes mis llagas con tu aliento
ni me guardas altares en tu seno?

Cada paso que dimos era búsqueda,
cada puerta cerrada tu palabra.
¡En dónde, madre los corazones abnegados,
el horno tibio de la casa,
la mano que descose pesadillas?
¿Dónde la voz que nunca está cansada,
en dónde el húmedo pañuelo de tu llanto?


II
Gallinas ciegas en busca de tus alas
convocadas a la luz de la esperanza
vamos dando de tumbos calle abajo.
Nos revuelcan afuera remolinos,
nos dehollan la piel para sangrarnos.
Cada gota que damos y te busca
es esa voz que desde niños pía
con la amargosa certeza de no hallarte.

¿Eres feliz, callada y siempre ausente?
¿Pasan tus días suaves como rezos?
¿Tienes memoria, madre?
¿Cuándo abandonarás tu devoción por el olvido
y debajo de todas estas ramas
asumirás la tierra y las raíces?
¿Cuándo vendrá la flor que cicatrice.
cuándo abrirás las alas que nos guarden,
gallinas ciegas en busca de su grano?

Cuándo tendrás valor para aceptarnos,
despojos grises en busca de ser hijos
para tener abrigo entre tus plumas.
surcido el corazón y piando la alegría.


III
Tengo ya media vida consumida:
estos huesos sin calcio,
muchas lunas sin verte,
pero quiero acabar con la tortura
y te perdono madre,
por no querer saber sobre tus hijos.
Sé que no decidiste tu destino,
que tú no eres la culpa,
que un mal augurio nos partió la vida
en todos estos pedazos que no ves.

Sigue tu andanza, madre,
enhebra hilo tras hilo
en estas horas en que no respondes.
Teje los imposibles nidos en manteles
que nunca vestirán a nuestra mesa.
Sigue pensando en los ingratos hijos
que no te acercan flores.
Sigue tejiendo sueños, madre:
deja que escurra lenta la amargura
que hace veneno en todos nuestros días.